Nos
cuesta escribir un día que falta el agua en nuestras casas. Nos cuesta escribir
su silencio en las cañerías, su restada forma en los patios, su frescura
ausente en nuestra piel, cuando el verano es cada vez más intenso. Nos cuesta
aún más escribir cuando ya es el cuarto día sucesivo. Y hondamente nos cuesta
escribir, porque aún vemos a gente dormida, indecisa en su sangre, esperando
que el agua reaparezca como por arte de magia en sus realidades.
Tras la
llegada de un nuevo 15 de Febrero en los calendarios, nos preguntamos qué
condición más adversa que ésta necesitan nuestros vecinos para alzarse en un
grito de rebelión. Hasta ahora, hemos resistido en todas las formas posibles.
Pero, ¿no pensaremos colectivamente en un modo eficiente de frenar la
aniquilación constante de las megamineras? ¿No será necesario re-evaluar
nuestra imaginación y nuestra egocentría, para volver a afirmarnos que no
necesitamos políticos, ni líderes, ni héroes? ¿Qué nos pasa que nos cuesta
unirnos en una valentía que late por todos los rincones? Los Nevados están
siendo perforados, cercados, volviéndose día a día polvo de voladuras. ¿Y
nosotros seguiremos a la espera de una lluvia divina?
Un
Febrero más recordando la represión político-policial en nuestra Andalgalá
tiene que ser un día de reflexión, para volver a nuestra acción cotidiana
directa. Una acción que repercuta de la resistencia, a la liberación; de la
toma de conciencia, a la revuelta social. Si verdaderamente podemos oír todavía
el chillido de las gigantescas máquinas por encima nuestro, si podemos todavía
sentir las balas rajando nuestra piel y la de nuestros niños y mujeres,
andaríamos desesperados por ser libres de semejante tiranía. Y estaríamos
alertas, diariamente urgentes, desmantelando día a día todos los convenios
políticos y económicos existentes entre los poderes de turno, la policía, y los
empresarios que no quisieron a nuestro pueblo más que para vaciarlo y
enriquecerse. Y tendríamos sed potente de correrlos de una buena vez por todas
de aquí, de nuestras montañas, y nos reuniríamos en mil esfuerzos por hacer que
el vientre dolido se restituya y vomite por fin los azotes de la cachiporra.
Estamos
convencidos de que las montañas que nos miran desde sus picos nevados nos
conforman y nos hacen ser el pueblo que somos; estamos convencidos de que sin
agua es imposible la vida, y que nuestra vida es plenamente el agua que nos
están saqueando; estamos convencidos de que nos quieren hacer creer la
aniquilación en términos de “fuentes de trabajo”, “progreso”, “desarrollo”, y
no lo aceptaremos nunca; estamos convencidísimos de que la decisión de la
política sistémica siempre es la más perversa y nunca estuvo de nuestro lado;
estamos convencidos de que el conocimiento que nos permite la paz brota de
éste, nuestro territorio, compartido y cuidado por nuestra vida en comunidad, y
no mediante una economía impuesta y devastadora; estamos convencidos, también,
de que no somos pocos, y que las resistencias replicadas por toda la Cordillera
de los Andes forman un gran cordón umbilical, una empatía de conciencias, una
hermandad que resistirá ante éstas y otras adversidades; y estamos convencidos,
sobre todo, que estamos hecho de la tierra que pisamos, que genéticamente
nuestra vida depende de ella, de nuestros cultivos, nuestra educación, de
nuestros animales, nuestras plantas, nuestros pájaros, nuestro idioma, la forma
de tratarnos y conocernos, nuestros problemas y errores, nuestras posibilidades
y nuestra característica rebeldía ancestral de luchar por lo que nos falta.
Entonces
es hoy, y es ya, el tiempo de avanzar hacia el nuevo horizonte. Es en esta
nueva fecha que mostró al país que no estamos vencidos, y que no lo estaremos
nunca, que debemos nosotros afianzar nuestra palabra sobre un suelo firme, y
que en vez de esperar a que quieran pasar por nuestras Asambleas, bloquearlos
de raíz. Es en este nuevo 15 de Febrero que nos toca a nosotros ser
actitudinales en la Historia, en nuestra propia narrativa, en nuestra identidad
cultural como pueblo, abasteciéndonos de nuestros minerales y nuestra agua a
partir de decisiones nuestras, siendo plenamente responsables con su uso y con
las generaciones que vendrán. Seamos urgentes y resistentes, dejando atrás las
profecías y los mandatos de los que quieren ser el rostro de una bandera.
Juntos, unidos en una gran caminata, es el único modo de vencer. Juntos, unidos
bajo un mismo Árbol que nos cobija, supimos conformar una sola voz que nos
manifieste y represente. Es tiempo de utilizar esa luz incipiente para liberar
las ataduras que no permiten que nuestro pueblo sea sano, potente, lleno de
frutos y vendimias. El agua es nuestra. Y es nuestro deber permitir su paso
hasta nuestro verde. Ahora mismo, ya, hay que salir a las calles y aturdirlas.
Un solo estallido, un solo grito: ¡el agua y la vida no se negocian!