domingo, 8 de febrero de 2015




MEMORIA COLECTIVA

Nos cuesta escribir un día que falta el agua en nuestras casas. Nos cuesta escribir su silencio en las cañerías, su restada forma en los patios, su frescura ausente en nuestra piel, cuando el verano es cada vez más intenso. Nos cuesta aún más escribir cuando ya es el cuarto día sucesivo. Y hondamente nos cuesta escribir, porque aún vemos a gente dormida, indecisa en su sangre, esperando que el agua reaparezca como por arte de magia en sus realidades.
Tras la llegada de un nuevo 15 de Febrero en los calendarios, nos preguntamos qué condición más adversa que ésta necesitan nuestros vecinos para alzarse en un grito de rebelión. Hasta ahora, hemos resistido en todas las formas posibles. Pero, ¿no pensaremos colectivamente en un modo eficiente de frenar la aniquilación constante de las megamineras? ¿No será necesario re-evaluar nuestra imaginación y nuestra egocentría, para volver a afirmarnos que no necesitamos políticos, ni líderes, ni héroes? ¿Qué nos pasa que nos cuesta unirnos en una valentía que late por todos los rincones? Los Nevados están siendo perforados, cercados, volviéndose día a día polvo de voladuras. ¿Y nosotros seguiremos a la espera de una lluvia divina?
Un Febrero más recordando la represión político-policial en nuestra Andalgalá tiene que ser un día de reflexión, para volver a nuestra acción cotidiana directa. Una acción que repercuta de la resistencia, a la liberación; de la toma de conciencia, a la revuelta social. Si verdaderamente podemos oír todavía el chillido de las gigantescas máquinas por encima nuestro, si podemos todavía sentir las balas rajando nuestra piel y la de nuestros niños y mujeres, andaríamos desesperados por ser libres de semejante tiranía. Y estaríamos alertas, diariamente urgentes, desmantelando día a día todos los convenios políticos y económicos existentes entre los poderes de turno, la policía, y los empresarios que no quisieron a nuestro pueblo más que para vaciarlo y enriquecerse. Y tendríamos sed potente de correrlos de una buena vez por todas de aquí, de nuestras montañas, y nos reuniríamos en mil esfuerzos por hacer que el vientre dolido se restituya y vomite por fin los azotes de la cachiporra.
Estamos convencidos de que las montañas que nos miran desde sus picos nevados nos conforman y nos hacen ser el pueblo que somos; estamos convencidos de que sin agua es imposible la vida, y que nuestra vida es plenamente el agua que nos están saqueando; estamos convencidos de que nos quieren hacer creer la aniquilación en términos de “fuentes de trabajo”, “progreso”, “desarrollo”, y no lo aceptaremos nunca; estamos convencidísimos de que la decisión de la política sistémica siempre es la más perversa y nunca estuvo de nuestro lado; estamos convencidos de que el conocimiento que nos permite la paz brota de éste, nuestro territorio, compartido y cuidado por nuestra vida en comunidad, y no mediante una economía impuesta y devastadora; estamos convencidos, también, de que no somos pocos, y que las resistencias replicadas por toda la Cordillera de los Andes forman un gran cordón umbilical, una empatía de conciencias, una hermandad que resistirá ante éstas y otras adversidades; y estamos convencidos, sobre todo, que estamos hecho de la tierra que pisamos, que genéticamente nuestra vida depende de ella, de nuestros cultivos, nuestra educación, de nuestros animales, nuestras plantas, nuestros pájaros, nuestro idioma, la forma de tratarnos y conocernos, nuestros problemas y errores, nuestras posibilidades y nuestra característica rebeldía ancestral de luchar por lo que nos falta.

Entonces es hoy, y es ya, el tiempo de avanzar hacia el nuevo horizonte. Es en esta nueva fecha que mostró al país que no estamos vencidos, y que no lo estaremos nunca, que debemos nosotros afianzar nuestra palabra sobre un suelo firme, y que en vez de esperar a que quieran pasar por nuestras Asambleas, bloquearlos de raíz. Es en este nuevo 15 de Febrero que nos toca a nosotros ser actitudinales en la Historia, en nuestra propia narrativa, en nuestra identidad cultural como pueblo, abasteciéndonos de nuestros minerales y nuestra agua a partir de decisiones nuestras, siendo plenamente responsables con su uso y con las generaciones que vendrán. Seamos urgentes y resistentes, dejando atrás las profecías y los mandatos de los que quieren ser el rostro de una bandera. Juntos, unidos en una gran caminata, es el único modo de vencer. Juntos, unidos bajo un mismo Árbol que nos cobija, supimos conformar una sola voz que nos manifieste y represente. Es tiempo de utilizar esa luz incipiente para liberar las ataduras que no permiten que nuestro pueblo sea sano, potente, lleno de frutos y vendimias. El agua es nuestra. Y es nuestro deber permitir su paso hasta nuestro verde. Ahora mismo, ya, hay que salir a las calles y aturdirlas. Un solo estallido, un solo grito: ¡el agua y la vida no se negocian!
                                                    

     

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